Y tan solo pisar ese jardín hizo que recordara mis juegos de niñez, aquellos inolvidables recuerdos donde ensuciarte resultaba casi como el primer puesto de una competencia.
Éramos una escalera con un año de diferencia, con grandes obras maestras envueltas de arena y hojas caídas; un gran mundo maravilloso y natural para tan pequeña inocencia.
En las tardes el enojo del viento golpeaba las puertas anunciando la sombra de la noche y el final del día; y ahí estaba yo, esperando con ansias calentar mi pequeña garganta con finas hierbas de una mano envejecida.
Y al cerrar los ojos el silencio de la noche susurraba el comienzo de una nueva aventura, en un ambiente de niñez.
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